El legado imborrable del exilio: 50 años después del golpe en Uruguay

Este 27 de junio se cumplen 50 años del golpe de Estado en este país sudamericano. En esa fecha de 1973, el entonces presidente Juan María Bordaberry, con apoyo de las Fuerzas Armadas, disolvió el Parlamento un año después de que se declarara "estado de guerra interno"

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Entre 1983 y 1986 se produjo un masivo regreso de exiliados. El Aeropuerto Internacional de Carrasco, en las afueras de Montevideo, era escenario casi a diario de emotivos reencuentros, entre banderas y pancartas. Los exiliados más famosos, como Zitarrosa (el 31 de marzo de 1984), y Los Olimareños (18 de mayo del mismo año)

Montevideo, 23 jun (Sputnik).- La eterna sensación de ser un extranjero, la inquietud por el destino de los familiares que quedaron atrás, la tristeza por la pérdida de grandes compañeros de vida y una extraña mezcla de privilegio y dolor son algunas de las sensaciones que vivieron los exiliados durante la última dictadura cívico-militar (1973-1985) de Uruguay, y que todavía llevan en la memoria.

Este 27 de junio se cumplen 50 años del golpe de Estado en este país sudamericano. En esa fecha de 1973, el entonces presidente Juan María Bordaberry, con apoyo de las Fuerzas Armadas, disolvió el Parlamento un año después de que se declarara “estado de guerra interno” en el marco de la lucha de las Fuerzas Conjuntas (policías y militares) contra la guerrilla urbana del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN).

Para entonces, la guerrilla, que comenzó a operar en los años 60, había sido derrotada y sus principales líderes encarcelados, pero las Fuerzas Armadas redoblaron la persecución y detención de opositores políticos, dejando 197 desaparecidos, según cálculos de organizaciones de derechos humanos, además de numerosos casos de detenciones arbitrarias y torturas, y provocando el exilio de unas 380.000 personas.

El desarraigo por la persecución política afectó a todos los sectores de la sociedad, pero hay casos emblemáticos especialmente en la política, como los de los legisladores Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz (ambos asesinados luego en Buenos Aires, en 1976) y Wilson Ferreira Aldunate, así como en la cultura, como los de los escritores Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti, y los músicos Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Eduardo Darnauchans, José Carbajal “El Sabalero” y el dúo Los Olimareños.

Argentina, entonces gobernada por la presidenta María Estela Martínez de Perón, “Isabelita” (1974-1976), era el destino lógico y más accesible para los uruguayos que escapaban de la dictadura. Pero cuando el 24 de marzo de 1976 se produjo también un golpe de Estado en ese país, se buscaron otros rumbos. Y debían estar fuera del área de acción del Plan Cóndor, la coordinación represiva de los regímenes militares del Cono Sur americano en los años 70 y 80.

En América Latina, las principales comunidades de exiliados uruguayos por la dictadura estaban en México y Venezuela, mientras que también había grupos en países europeos, como España, Francia, Suecia, Holanda o Alemania e Italia.

FUGA Y TEMOR

La Agencia Sputnik habló con el político y escritor Juan Raúl Ferreira, quien junto a su padre, el extinto Ferreira Aldunate -senador y líder histórico del hoy gobernante Partido Nacional (centroderecha)-, tuvo una destacada actuación en defensa de la democracia uruguaya desde el exterior, denunciando los crímenes cometidos por los militares.

Ferreira contó que el plan de fuga del país empezó el mismo día del golpe. El destino era Buenos Aires. Su padre y él, que apenas contaba 20 años, tuvieron que salir en autos separados.

“Yo me fui en un auto con alguien que llevaba el sobretodo de mi padre deliberadamente (para despistar). Mi padre se fue en un auto que estaba al costado inadvertidamente. Lo bien que hicimos, porque al llegar a la rambla (paseo marítimo de Montevideo), nos detuvieron y nos tuvieron hasta las siete de la mañana, preguntándonos dónde estaba mi padre. No hubo ningún abuso físico, simplemente estar parados a la intemperie hasta la madrugada”, relató.

“Por suerte”, reconoce hoy, no sabía nada entonces del paradero de su padre. Eso le dio “gran tranquilidad” en el interrogatorio. Juan Raúl volvió a encontrarse con Wilson cuatro o cinco días después de estar escondido en una casa de un amigo.

Para Ferreira, así como para muchos exiliados políticos en la capital argentina, un momento de inflexión y gran temor fue el hallazgo en esa ciudad de los cuerpos asesinados de Michelini y Gutiérrez Ruiz, también enemigos acérrimos de la dictadura.

“Yo recién me di cuenta de que no iba a volver más cuando me asilo con mi padre en la embajada de Austria (en Buenos Aires) después de los asesinatos de Zelmar y del Toba (Héctor Gutiérrez Ruiz)”, contó a esta agencia.

Ferreira recuerda muy bien cómo se enteró de la trágica noticia. Guitiérrez Ruiz, a quien definió como un “optimista por naturaleza, y un romántico”, lo estimulaba a que retornara a Montevideo, pero antes de seguir su sugerencia prefirió consultarlo con Michelini, quien era más “pragmático”.

Lo visitó el 20 de mayo de 1976, el mismo día del cumpleaños de Zelmar y, sin siquiera imaginarlo, horas antes de que fuera asesinado.

“Me voy a ver a Michelini, que vivía frente a al apartamento que teníamos. No pensaba encontrarlo despierto. Llegué a las 11:30 de la noche, era muy tarde para una visita, pero como estaba cumpliendo años, estaba en un lobby (de hotel) tomando un café”, recuerda.

La respuesta que le dio el senador a Ferreira fue contundente: “Tú no te vas porque yo no te dejo ir. Mañana almorzamos con el Toba y contigo”.

“Él murió el mismo día de su cumpleaños. Lo fui a visitar en la noche antes del secuestro”, contó Ferreira a esta agencia, con honda emoción.

A las seis de la mañana lo despertó el hijo de Gutiérrez Ruiz para avisarle que se habían llevado a su padre. La primera reacción de Ferreira fue pensar que había que avisarle a Michelini.

“Cuando llegamos al hotel, estaban todas las sillas por el piso. Me acuerdo la cara de la conserje, nunca se me va a olvidar, estaba llorando de forma desconsolada”, contó.

En homenaje a los dos políticos asesinados, y como extensión a todas las víctimas del terrorismo de Estado, cada 20 de mayo se celebra en Uruguay la Marcha de Silencio, en reclamo de verdad y justicia por los desaparecidos.

Tras los asesinatos, Ferreira huyó Washington, donde vivió gran parte de su exilio. Allí trabajó con Orlando Letelier, excanciller del presidente chileno Salvador Allende (1970-1973), derrocado por la dictadura de Augusto Pinochet.

Letelier fue víctima de un atentado mortal en la capital estadounidense perpetrado, según documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de EEUU, por agentes de Pinochet.

“Empecé a trabajar el 18 de septiembre de 1976. Venía con todo el marronazo de Buenos Aires. El 21 de septiembre le estalló una bomba abajo del auto a tres cuadras de la oficina. Lo recuerdo como una tragedia personal tremenda porque se portó brutal (excelente) conmigo. Mi vino una gran sensación de inseguridad. Pensaba: “Yo me vine acá, pero acá también matan las dictaduras latinoamericanas”. Todas esas heridas fueron muy duras. Como que uno cerraba los ojos, le metía para adelante, pero recuerdo que sufrí mucho”, afirmó.

Posteriormente, fue integrante fundador de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA).

“Lo que sí es cierto es que cuando recuerdo cómo lo viví (al exilio), recuerdo mucha dosis de angustia. Yo trabaja en la WOLA y era como una terapia. Las horas de oficina estaban bárbaro, después llegaba a casa, y creo que no dormí ninguna noche sin la sensación de angustia muy fuerte. Pero ahora cuando lo recuerdo, es una parte de mi vida muy rica, es una parte que volvería a vivirla”, agregó.

Juan Raúl volvería con su padre a Uruguay en 1984. Wilson fue inmediatamente detenido pues estaba proscrito por la dictadura. Pero el régimen tenía los días contados: una consulta popular en 1980 para proponer a la ciudadanía su perpetuación legal en el poder había sido rechazada. En 1985 volvía la democracia.

HIJOS DEL EXILIO

Con los adultos que huyeron de la dictadura, fueron también sus hijos, que se vieron privados de crecer en el país de sus padres y sus familias.

Uno de ellos es Pedro Bandeira, economista y miembro de la organización no gubernamental uruguaya El Abrojo, dedicada a políticas sociales, por la infancia y por los derechos humanos. Sus padres huyeron de Uruguay en 1972, previo al golpe, tras haber vivido en forma clandestina durante un año. Se conocieron en el aeropuerto rumbo a Chile, y luego se dirigieron a Cuba, donde nació él en 1974.

En 1979 fijaron rumbo a Colombia, pero, atemorizados por un reciente operativo paramilitar en ese país, decidieron emigrar a México.

“Yo hice toda la escuela en México. Siempre estaba la sensación de que estábamos en un lugar que era temporal. Mientras estuvimos en México tuvimos una vida nómade. Mi padre era cañero y trató de buscar trabajos en el campo mexicano. Iba rescatando la vida en distintos lugares. Llegamos a la Ciudad de México, pero después vivimos en ciudades pequeñas cercanas a la capital, como Cuernavaca, o algunos pueblos cercanos de ahí”, relató.

Bandeira aseguró que no era un niño que viviera con miedo, pero sí estaba “atento” a todas las actividades que tenían los adultos que le rodeaban.

“Unos tíos vinieron a visitarnos y me acuerdo que una tía me decía: “Vos quedate tranquilo, que los adultos nos ocupamos”, y yo le decía: “Pero a mí me preocupa que los que se ocupen lo hagan mal”, y yo tenía seis, siete años, para tener ese tipo de contestaciones”, recordó.

Durante toda su infancia tenía la “sensación de que algo podía pasar” y pensaba que si sus padres volvían a Uruguay, correrían peligro.

“Quizás para la edad que tenía era un niño demasiado adulto en relación a cómo vivía las cosas. Algunas veces, cuando llegamos a México, yo tuve la sensación de miedo de que les podía pasar algo a mis padres. En Colombia pasó que alguien entró a robar la casa con un arma. Pero nunca tuve muy claro si era que entraron a robar o fueron a hacerles algo a mis padres. En México, en un momento la policía nos siguió y le hicieron un interrogatorio a mi padre. Hasta que no tuvimos los papeles de asilo, había una sensación de miedo, que con el correr de los años se fue yendo. Ahí tenía cinco o seis años”, agregó.

Cuando llegó a Uruguay, en 1986, a pesar de no haber nacido en ese país, fue como “haber llegado a su lugar”, ya que era el “proyecto de vida” de su familia.

“En los lugares cotidianos que yo circulaba (en México), eran más bien pobres-rurales. Siempre me sentía extranjero. Éramos los “blanquitos”. Para el entorno éramos diferentes y nos preguntaban de dónde éramos. Yo no tenía problemas de integración, pero cambiábamos de lugar y empezábamos el ciclo otra vez”, agregó.

Entre 1983 y 1986 se produjo un masivo regreso de exiliados. El Aeropuerto Internacional de Carrasco, en las afueras de Montevideo, era escenario casi a diario de emotivos reencuentros, entre banderas y pancartas. Los exiliados más famosos, como Zitarrosa (el 31 de marzo de 1984), y Los Olimareños (18 de mayo del mismo año), tuvieron recepciones multitudinarias. Así, el país recuperaba a sus hijos perdidos. (Sputnik)