El Pan de Muerto, una ofrenda del sincretismo católico y prehispánico de México

Pernoctar en los cementerios, departir las comidas y bebidas favoritas de los difuntos con música de guitarras y mariachis es propia del sincretismo religioso mexicano.

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Imagen de Andra Gramescu en Pixabay

Ciudad de México, 1 nov (Sputnik).- La mayor festividad de la cultura tradicional mexicana es la celebración indígena de sus antepasados, que los evangelizadores entrelazaron con los ritos católicos del Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos, el 1 y 2 de noviembre.

En esas fiestas populares, el arte culinario ocupa el lugar que convoca a compartir memorias y sabores de la identidad cultural, donde el Pan de Muerto es una pieza singular en el centro de la celebración colectiva.

La costumbre de visitar y engalanar los panteones con arreglos florales está presente en muchas culturas y tradiciones religiosas.

Pernoctar en los cementerios, departir las comidas y bebidas favoritas de los difuntos con música de guitarras y mariachis es propia del sincretismo religioso mexicano.

Esos días, las familias esperan el regreso de sus muertos a sus casas y marcan el camino con flores de colores amarillo y naranja del aromático cempasúchil.

Sus fotografías son engalanadas con velas, inciensos y objetos emblemáticos de sus vidas.

No solo eso: los difuntos regresan a disfrutar las bebidas espirituosas que animaron su paso por el mundo, como el tequila y el mezcal, en los populares altares de muertos.

Y la polifacética gastronomía mexicana, reconocida en el mundo por su inmensa variedad de ingredientes, salsas y cocciones, ocupa un lugar predominante en el ágape.

UNA OFRENDA CON SABOR

La festividad del Día de Muertos ha cautivado siempre la imaginación de los artistas extranjeros.

Desde el escritor inglés Malcolm Lowry, autor de una de la mejores novelas escritas por un extranjero sobre la cultura mexicana profunda -la autobiográfica Bajo el Volcán (1947)- hasta la reciente película “Coco”, una exitosa producción de Pixar en 2017, la fiesta anual es la ocasión para retratar una forma diferente de convivir con la muerte y hasta reírse de ella.

Los muertos son agasajados con sus platillos favoritos y entre ellos destaca el Pan de Muerto.

Decorados con ajonjolí, bañados en clara de huevo para lograr el brío de las tonalidades doradas, las formas del pan solo tienen el límite de la imaginación de los artesanos.

Pero las figuras de calaveras, con barras que simulan fémures y caritas sonrientes son las más populares.

Las ofrendas lucen en su centro el Pan de Muerto, que también pueden tener rostros de ángeles o de la Virgen María, y las decoraciones también utilizan pinturas de vegetales verdes, rojas y blancas.

Su masiva fabricación solo se compara con la rosca que se comparte en el Día de Reyes Magos, el 6 de enero.

UNA TRADICIÓN FAMILIAR

En el pueblo de Panotla, en el céntrico estado de Tlaxcala, una familia extensa se reúne todos los años, y los invitados pueden llegar a superar el medio centenar.

Los une la tradición de comenzar la víspera del Día de Muertos fabricando cientos de panes, con la participación de cuatro generaciones.

Rebeca Carro, la anfitriona, cuenta a la Agencia Sputnik la tradición de invitar a su finca de árboles frutales a toda la familia y sus amigos.

Su principal preocupación es “que el horno de leña alcance la temperatura ideal, para asegurar la cocción de cientos de panes”.

“Para nosotros es una costumbre familiar, más que una ceremonia religiosa”, explica.

Contrario a la tradición del maíz de las tortillas y otra gran variedad de usos culinarios de las mazorcas, la elaboración de una tradicional con harina de trigo y azúcar son huellas notables de los evangelizadores europeos.

“Es una tradición sincrética, pero parece más una herencia de la época colonial española”, reflexiona la panadera de la ocasión.

María Fernanda Ramírez ofrece a esta agencia los detalles de la fabricación colectiva que reúne a toda la familia durante toda una jornada, desde el amanecer.

“Por cada kilo de harina de trigo, usamos 150 gramos de mantequilla, 350 gramos de azúcar, y 50 gramos de levadura”, relata.

Amasar la harina, con vigor y delicadeza a la vez, es el primer paso, para luego “añadir seis cucharadas de agua de azahar, y siete huevos”.

La clara de dos huevos sirve para barnizar la superficie y se decora con 50 gramos de ajonjolí.

“La tradición familiar viene de nuestros abuelos. Invitamos a los amigos que quieran integrarse para vivir la tradición, y compartir la mesa”, resume.

Hay muchas variedades de este pan en todo el país, pero el tlaxcalteca tiene un olor dulzón, porque también usa como saborizante la ralladura de cáscara de naranjas y el zumo de guayabas molidas.

Con veinte minutos en el horno, el pan alcanza un aspecto dorado y está listo para ser compartido.

Las comunidades originarias creían que los muertos habitaban en el inframundo, llamado Mictlán en lengua náhuatl.

Pero cada año vuelven para convivir con quienes honran su memoria, guiados en el camino por flores de cempasúchil, iluminados con velas, y el aroma de los inciensos.

La comida tradicional con salsas de mole, elaboradas con una infinita variedad de chiles, cacahuates y nueces, es parte de las ofrendas.

Las mandarinas, cañas, jícamas y todas las frutas de la estación le dan a los altares el aspecto de una celebración.

Con el Pan de Muerto se complementa la invitación a la memoria de los antepasados, y se recuerda también la fragilidad de la vida. (Sputnik)